El Tarot: La Biblia Silenciosa

No nos engañemos: El Tarot tiene algo verdadero, que hace que la vida sea revelable, intuible y percibida desde una óptica infinitamente más profunda que la habitual. No hay fórmulas ni sombreros mágicos, solo basta practicar un tenaz sentido de observación, una aguda presencia, disminuir los prejuicios y entregarse a decodificar las realidades y verdades de la vida mediante sus símbolos y trazos, sin la desconfianza propia de una mente que ignora aquello que desconoce, y que se frena ante lo que no puede explicar.

Cuando me preguntan, ¿Qué es el Tarot? yo les propongo comenzar por plantearse seriamente todo aquello que NO es el Tarot. Porque ahí se revela el primer paso para la exploración sana y lúcida de un maestro que habla en imágenes, libre de sombras y fantasías populares. Creo que comenzar desde ahí es la mejor opción para fundar un inicio de investigación seria, en una obra antiquísima que se torna fuente de sabiduría perenne, inagotable, y que renace con fuerza en nuestra época actual.

El Tarot del patrón de Marsella, cuyo origen se remonta a apenas unos siglos d.c, permanece hasta nuestros días sobreviviendo a los múltiples intentos de ocultamiento, y lo hace como un alfabeto pictórico estrella. Me refiero a que su popularidad trasciende límites territoriales, ideológicos y culturales, a pesar de que se desconoce un autor de nombre y apellido al cual referenciarlo, y eso acentúa indudablemente su magnetismo misterioso. 

Entre la nobleza de sus usos existen el artístico (poesía/escritura, música, pintura y otros), con fines lúdicos, terapéuticos, como herramienta de autoconocimiento o exploración del inconsciente, arte contemplativo, así como práctica adivinatoria y oracular. Pero no son los únicos. Existe además un destino alquímico y animista en su práctica, que nos anima a transformarnos y evolucionar. 

Podemos caminar hacia el conocimiento interior mediante su intermedio, emulando las virtudes de sus sabias alegorías arcanas, familiares para todos los ojos aunque inexploradas en la ciencia de su práctica. Podemos hallar reparo, además, en la comprensión profunda que se desprende de la lúcida contemplación de sus imágenes, de su juego practicado en el silencio, en activa meditación. Y también podemos decir que el Tarot es como una especie de biblia silenciosa libre de sermones y ausente de prospectos, pero cuyo impacto generado por sus símbolos y alegorías, sin embargo, poseen el invaluable poder de encauzar, orientar con sagacidad, aportar la visión clara de nuestras vivencias y ayudar a tomar coraje en momentos difíciles.

No nos engañemos, el Tarot tiene algo endiabladamente verdadero. Y la curiosidad natural que se despierta por él una vez vencido el rechazo, el prejuicio, la resistencia instalada, es un llamado difícilmente eludible, porque no es otra cosa que el llamado a descubrir el propio, complejo y sagrado Universo interior. Y en ese lugar no puede habitar otra cosa más que la verdadera magia, palabra que comparte su raíz etimológica con imagen e imaginación. 

Pero ese es un camino sólo para valientes.