La estudiante de Medicina que es motociclista y brilla en el show más peligroso del mundo: el Globo de la Muerte
- 26/12/2023 18:00 hs
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Ayelén Gallo, oriunda de la provincia de Buenos Aires, habló con Infobae desde Holanda, donde termina de hacer un espectáculo escalofriante.
A los 19 años se subió por primera vez a la moto al mismo tiempo que empezaba a estudiar Medicina en la UBA. Cómo empezó a vivir en un mundo lleno de adrenalina. La reacción del público cuando se saca el casco y ven que es una chica.
Acaba de bajar de hacer su rutina en el Globo de la Muerte en el Wintercircus Royal Dordrecht, de Holanda. Desde allí, con la voz aún llena de esa adrenalina única cuenta cómo le fue y dice con absoluta seguridad: “Nada es imposible” y eso demuestra Ayelén Gallo en cada una de sus presentaciones. Cuando baja de la moto estudia medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente cursa el tercer año.
A los 17 años se unió al Circo Rodas cuando llegó a pedir trabajo para costear sus gastos. “Habían llegado a mi barrio, Merlo, en la provincia de Buenos Aires, y como estaban buscando gente para trabajar fui. Tenía que repartir volantes para promocionar las funciones”, cuenta el inicio.
Antes de partir a Europa, trabajó en el Servian Circo y sueña con poder recorrer el mundo mostrando su pasión por las motos y las acrobacias dando uno de los espectáculos circenses más arriesgados del mundo y que siempre fue poderío de los varones.
La historia
En la primera temporada en el circo trabajó junto a su mamá como acomodadora y luego comenzó a estrechar vínculos con los artistas del circo. “Quedé en contacto con ellos para volver cuando regresaran”, recuerda.
Ese reencuentro se dio a los dos años y ella volvió a golpear las manos, reclamando su lugar para trabajar. “Me ofrecieron formar parte del elenco estable del circo. Ingresé, conocí a Ayrton, mi pareja, y dije que quería las motos, porque eran mi gran pasión. Esa adrenalina, ese riesgo que se vive en el Globo de la Muerte es increíble. Probé, me encantó y nunca más me fui”, reconoce.
Nació en Merlo, al oeste de la provincia de Buenos Aires, y allí vivió con sus padres hasta que se afianzó en lo laboral. Antes de subir por primera vez al Globo, Ayelén manejaba motos, pero no sabía de destrezas, pero estaba convencida de que era eso lo que quería, así que le dedicó todo el tiempo con paciencia y perseverancia para entrenarse y lograr lo que tanto deseaba.
Agradecida, reconoce que fueron sus compañeros lo que le enseñaron todo lo que necesitaba para poder lograr el sueño.
“Los chicos que se dedicaban a ese cuadro me enseñaron todo. Primero, se mostraban incrédulos a mi deseo, pero no tardaron en hacerme parte del grupo y no se guardaron nada para guiarme”. Las primeras prácticas fueron afuera del globo, para hacerle ganar confianza con el dominio de la moto hasta que siguió en el interior y, finalmente, comenzó a andar en el interior.
Emocionada, recuerda el día que cumplió ese sueño: “¡Jamás lo olvidaré! ¡Me temblaba todo el cuerpo!, claro que no se lo dije a nadie y no quería que nadie se me acercara, ni hablara. Estaba nerviosa, ansiosa detrás del telón y comenzaba a sentir la presión porque sentía que estaba obligada a hacerlo más que bien, porque yo insistí en estar, no porque me lo exigiera y no quería fallar. ¡Lo hice! Y cuando terminó la función rompí en llantos”.
Mientras eso pasa en el circo, en casa la adrenalina no era la misma. “¡No podían creer que quisiera hacer eso! No me apoyaron enseguida. Es más, ¡mi mamá casi me mata! Y a mi papá tampoco le gustó nada. Pensaban que mejor sería ser parte de otros cuadros y no de ese, pero a mí no me interesaban ni el trapecio ni ser bailarina, ¡yo quería la moto! Luego mi familia lo entendió, no les quedó otra”, reconoce la mujer que brilla sobre la moto verde.
Para llegar a tener la destreza por la que hoy se la reconoce, con sólo 25 años, Ayelén entrena todos los días. “Hacemos diferentes piruetas para poder salir bien y agregamos nuevos desafíos para sorprender aún más a los espectadores”, cuenta.
La primera mujer
Esa pasión, que ni ella misma entiende, se inició en medio de la pandemia y se convirtió en pionera: “No hay mujeres motociclistas porque, por el riesgo, creo, éste siempre fue un número de varones, pero pensé me gustaba y me pregunté: “¿Por qué no puedo?”.
Cuando comenzó a aprender, se las arreglaba para lidiar con esa adrenalina nueva y su carrera. “Había empezado a estudiar Medicina y trabajaba los fines de semana. Del circo, iba a mi casa, me alistaba y salía para la facultad. Así fue por un años, hasta que aprendí a manejar la moto, a principios de 2020, y cuando se levantaron las restricciones de la pandemia empecé a trabajar en el Globo de la Muerte”.
El tan temido Globo de la Muerte es un circulo metálico en el que ingresan, a su tiempo, varios motociclistas que dan vueltas y hacen piruetas de manera sincronizada y en dos grupos.
“Están los motociclistas que andan por arriba y los que andan por abajo, cada equipo tiene un líder que guía. A los que van por arriba se le marca la salida y la bajada que marca la rutina que hay que hacer. Esto, se coordina antes, para que no se haga un desastre”, explica.
El disfrute para ella es constante. “Todo es increíble. Me encanta entrar al Globo de la Muerte y hacer lo que hago. Ver al público disfrutando y asombrarse a veces porque me saco el casco última y escucho la reacción de la gente, aplauden fuerte y al terminar me piden fotos. Me dicen que me ven como una mujer valiente y empoderada entre los hombres”.
Ese feedback lo disfruta mucho y le encanta recibir los cumplidos de los espectadores. “A todos nos felicitan, pero hay quienes vienen directo a mí. Me dicen que tengo unos ovarios de oro y un montón de esas cosas”, se ríe y cuenta que sueña con recorrer el mundo haciendo lo que tanto ama.
“Cursé hasta el cuatrimestre anterior, éste no porque tengo un contrato para irme afuera del país. Sueño con conocer el mundo”. Actualmente está en Holanda, regresará el 8 de enero y el 12 partirá a Bolivia. “De a poco, todo se da. Hay que tener coraje para hacer los sueños realidad”, afirma.
Feliz y agradecida, reconoce que las sensaciones que vive son impagables. “Segundos antes de entrar y hacer mi número, siento una felicidad tremenda, que me recorre todo el cuerpo. Es inexplicable, es esa misma adrenalina que tengo desde la primera vez”, finaliza.