La repentina muerte de Walter Olmos: un juego absurdo y macabro, una joven novia sin consuelo y menospreciada
- 08/09/2023 11:12 hs
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En el momento más importante de su carrera musical, y jugando a una especie de ruleta rusa, se descerrajó un tiro en la sien y terminó con su propia vida. Lo proclamaban como el sucesor del Potro Rodrigo, y temía terminar como él. Minuto a minuto, qué ocurrió la madrugada de su fallecimiento
“No sean cagones que no pasa nada, jajaja. Está trabada, ¿ven que no dispara?”. Fue lo último que dijo Walter Olmos aquella madrugada trágica del 8 de setiembre de 2002 mientras les mostraba a los integrantes de su banda una Bersa calibre 22 largo automática, que un amigo le regaló como si se tratara de un juguete. Habían pasado algunos minutos de la medianoche cuando el estruendo sonó seco y agudo dentro de la habitación 22 del residencial San Cristóbal Inn, donde el cantante creía que “jugaba” con la pistola, hasta que en uno de tantos intentos acercó el arma a su sien derecha, gatilló y una bala perforó su cráneo. Apenas emitió un resoplo y cayó boca arriba sobre su cama. Tenía tan solo 20 años.
Hasta allí el clima era de alegría como sucedía cada noche previa a un show. Una grande de muzzarella y dos botellas de litro de cerveza helada se llevaban las miradas y el interés del grupo reunido alrededor de una sencilla mesa, donde abundaban las clásicas servilletas de papel brillante que ensucian más de lo que limpian. También estaba presente Gabriel Passaro, hermano de Vanesa, ex dancer del grupo Damas Gratis y por entonces pareja del cuartetero, que solía oficiar de asistente.
A propósito de Vanesa, fue con ella con quien había hablado por teléfono minutos antes de iniciar un juego macabro. “Mi amor, aunque esta madrugada me acueste tarde después de cantar, me voy a levantar más o menos temprano y te hago el desayuno como a vos te gusta”, le dijo como un romántico que era. Ella, feliz con la promesa de su novio, susurró enamorada: “Siempre te dije que sos un tierno”.
Cortó, y en el cuarto dio inicio a una especie de “ruleta rusa” que ninguno de los presentes comprendía, dejándolos casi mudos. Al principio y sin el cargador colocado, aproximaba la pistola a las sienes de sus compañeros y accionaba el gatillo. “Perdiste, dame la plata”, les decía a cada uno de sus músicos y sonreía. Luego hacía lo propio con él mismo. Nada sucedía, pero el ambiente se iba enrareciendo de a poco. Cuando dio el segundo paso al colocar el cargador, las miradas empezaron a cruzarse con gestos de alarma y pánico. “Ahí trabó el arma, siguió con la ronda y volvió a dispararnos de a uno, como divirtiéndose, hasta que se volvió a apuntar él y todo terminó mal”, aportó Passaro a los pesquisas, a quienes les costaba comprender lo que escuchaban. “Su cráneo explotó, literalmente”, confió uno de los investigadores.
Lo que siguió fue caos y angustia. Debido a que los testimonios de los testigos que compartían la habitación coincidieron, el juez Mariano Bergés caratuló la causa como “Accidente fatal”. La policía criminalística le informó que el cadáver de Walter no presentaba golpes ni muestras de que hubiese ocurrido alguna pelea, por lo que descartó que se analizara la posibilidad de un crimen.
La llegada al hotel de Vanesa Passaro generó el malestar de sus seguidoras, fue agredida y esperó como pudo hasta que retiraron el cuerpo rumbo a la morgue judicial. La custodia policial finalmente pudo retirarla en medio de un ataque de nervios, pese a los agravios de los fans que la hostigaban. Ante la crisis depresiva que sufría, fue atendida en la Clínica Mansilla, donde permaneció internada. Cuando pudo recuperarse, le confió al juez de la causa que ella estaba haciendo todo lo posible para que Olmos dejara las drogas. Por eso Bergés mandó a investigar de inmediato si alguien de su entorno más cercano era quien le proporcionaba los estupefacientes. Pretendía ir más allá: quería llegar a la mafia que, según estaba convencido, generaba gran tráfico y negocios millonarios a la sombra del mundo de la bailanta.
Otra palabra clave fue la que brindó Mercedes, una de las trabajadoras del hotel donde se alojaba Walter Olmos, sus músicos, y otras tantas bandas de la movida tropical. “Siempre cuando llegaba y cuando se iba lo saludaba con un abrazo, cruzábamos chistes, era muy respetuoso y gracioso, se hacía querer por su buena onda permanente con todos los trabajadores, sin distinción. Ese sábado noté que tenía algo como metálico atrás, en el pantalón. Me llamó la atención y de curiosa le pregunté qué era eso. ‘Un teléfono, Negra’, dijo. Estiré otra vez mi mano, volví a tocar su cintura y no me callé: ‘Es un revólver, ¿qué hacés con eso, no seas loco?’, le dije muy sorprendida. ‘No te asustes que no funciona, la traje para hacerle una joda a los muchachos’, me contestó como siempre, con una sonrisa. Fue la última imagen que me llevé de él y no me la puedo borrar”.